sábado, 30 de marzo de 2013

Maurice Sendak, ilustrador, y como le hubiera gustado morir


BLVR: A yummy death?
MS: I’m just reading a book about Samuel Palmer and the ancients in England in the 1820s. You were so lucky to have William Blake. He’s lying in bed, he’s dying, and all the young men come—the famous engravers and painters—and he’s lying and dying, and suddenly he jumps up and begins to sing! “Angels, angels!” I don’t know what the song was. And he died a happy death. It can be done. [Lifts his eyebrows to two peaks] If you’re William Blake and totally crazy.
http://www.believermag.com/issues/201211/?read=interview_sendak

domingo, 3 de marzo de 2013

Desarmar la casa luego de que los padres murieron

http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/no-ficcion/Desarmar-casa-luego-padres-murieron_0_872912905.html


Desarmar la casa luego de que los padres murieron

La autora –hija única, además de escritora y editora– da nuevos significados a su historia a medida que enfrenta los recuerdos del hogar familiar. Cómo continúa la vida al quedarnos sin el resguardo y el afecto de nuestros mayores. Una nueva entrega del coleccionable que sale junto con Ñ cada semana.

POR GABRIELA MASSUH

Mis padres tuvieron la deferencia, o la desfachatez, de morirse en el mismo año, con cinco semanas de diferencia. Me tocó a mí desarmar el departamento, abrir esos cajones que nadie parecía haber abierto desde hacía treinta años. Pensé que nunca podría hacerlo, hay que tener mucha cintura para encontrarse con las pertenencias de los seres queridos cuando ya no están.
Un papelito con números de teléfono, una agenda con listas de compras del supermercado, un juego de naipes o una boleta vieja del gas pueden convertirse en armas de destrucción masiva cuando no se está preparado para encontrarlas. Cada objeto tiene el poder brutal de hacernos asomar, por última vez, al empecinamiento, la soledad, la obsesión, la pertinacia o la meticulosidad de la persona que se fue; una ráfaga implacable que la trae de vuelta de cuerpo entero: allí sigue estando cuando ya no está.
Yo no podía evadirme, mi condición de hija única me condenaba irremediablemente a encontrarme con esas nimiedades que son el testimonio más feroz de la impiedad del paso del tiempo. Finalmente a punto de claudicar después de abrir el primer cajón, recordé un cuento de John Berger.
La idea de la muerte de mis padres empezó a preocuparme a la edad de cinco o seis años. Habíamos viajado a Alemania, donde mi padre tenía la intención de perfeccionar sus estudios de filosofía . Aquella era una Alemania anterior al milagro económico, sin vidrieras con marcas conocidas, cuyo paisaje urbano era interrumpido por grandes baldíos de los que en voz baja se decía: “Allí cayó una bomba” . La asociación entre bomba y terreno baldío prevaleció hasta mucho tiempo después de que regresáramos a la Argentina; será por eso que hasta hoy para mí los baldíos tienen algo de siniestro.
En esa Alemania todavía predominaban usanzas anteriores a la Guerra o directamente provocadas por ella. Todo el mundo vivía con lo puesto y contaba el centavo. Una lata de Nescafé era un lujo asiático y a nosotros –mi padre se había comprado un Opel Olimpia usado– se nos veía como a potentados un poco salvajes, malcriados y dispendiosos. Durante las primeras semanas en Murnau, donde mis padres aprendían alemán en el Instituto Goethe, yo pasaba las mañanas en el aula de un colegio ubicado entre la iglesia del pueblo y el cementerio. No entendía nada de lo que se decía.
Mis compañeros no usaban cuadernos, sino una pequeña pizarra sobre la que escribían con un puntero de tiza; no llevaban sus útiles en una valija, sino en una mochila de cuero que mi madre se negó a comprarme por considerar que me podía dañar la espalda. Antes de comenzar las clases se rezaba en la iglesia y yo, criada en una familia estrictamente agnóstica, no sabía cómo juntar las manos.
Todas las mañanas mi madre me acompañaba hasta la escuela. No me dejaba en la puerta, sino allí donde, en un recodo, se abría el primer peldaño de una empinada escalera de piedra por la que se ascendía unos 200 metros entre arbustos de bellotas coloradas hasta el patio de la iglesia. Una mañana me encontré con las puertas cerradas. Di unas vueltas por el jardín del cementerio; el terror de no saber qué hacer me hacía volver siempre al rellano de la puerta. Tal vez grité, porque apareció una mujer por cuyas enfáticas señas interpreté que por alguna razón era feriado.
Podría haberme quedado allí a esperar que me vinieran a buscar, pero la idea de permanecer bajo el frío gélido de esa mañana de diciembre me espantaba. De modo que corrí escaleras abajo y empecé a remontar, sin aliento, la calle por la que mi madre se había alejado. No sabía hacia dónde corría, pero detrás de ese túnel de árboles raquíticos, detrás de la acechanza de una intemperie sólo entrevista en la inquietud de aquellas primeras noches de insomnio , suponía yo, encontraría a mi madre. Y así fue. Como si me hubiera escuchado de lejos, ella también corría hacia mí.
Con el tiempo, el miedo a quedarme sola cedió o se asordinó detrás de las palabras extranjeras que iba haciendo propias y me abrían un sentido y un mundo plasmados en los recovecos de mi memoria como un tiempo tan verde como el del edén.
El miedo a la orfandad renació durante la pubertad y, con él, una tendencia a la tartamudez que ya había asomado incipientemente en la época en la que aprendía a hablar. Será que frente a los miedos una se queda sin palabras; o bien, que las palabras dan miedo porque siempre terminan por esconder su verdadero sentido. Por eso, crecer fue siempre aprender a hablar y, luego, aprender a que se me entendiera más allá de los endogámicos gestos y sobreentendidos establecidos entre la trinidad familiar en mis épocas de persona adulta.
Me fui de la casa de mis padres cuando terminé los estudios, bien lejos, expulsada por el país que, como tantas veces, no daba para más. Pero los hijos únicos nunca se van realmente. Entre ellos y los padres hay un lazo indisoluble, casi atávico, la mágica atracción del número tres, fuera de él nada está completo, nada se cierra ni es definitivo. Todo vuelve al número tres por más que el tiempo pase y se simule vivir la vida.
Murieron en el 2008, año en el que publiqué mi primera novela que ninguno de los dos pudo leer . Mi madre, porque un tumor en el lóbulo frontal la había convertido en una criatura desvalida que buscaba enhebrar palabras detrás de una sonrisa que partía el alma. Mi padre, porque un hastío de décadas le inhibió las ganas de seguir viviendo y había comenzado a deslizarse por una pendiente de progresiva debilidad de la que sólo salía para pedir, siempre con el mismo gesto de cabeza, que lo dejaran en paz.
Durante meses yo había entrado como un fantasma en ese departamento penumbroso, sin dejar rastros, sin que se notaran mis ganas de salir corriendo, sin moverme demasiado por temor a deshacer la superficie quebradiza que tiene la vida cuando los que una quiere se están muriendo. Los hechos, mientras se viven y aparecen sin prevención, no parecen tan dramáticos; a veces pienso que son más terribles en la mirada retrospectiva o al darles forma en palabras, porque cada minuto de pena trae su alivio, cada dolor su paliativo y cada tragedia su farsa. Por ejemplo, aprendí que lugares comunes como “no somos nada” o “mañana será otro día” revelan, detrás de su cuota de banalidad, la fruición de un súbito consuelo porque pertenecen a esos pequeños rituales que logran suspender el tiempo y señalar una pertenencia.
De sus varias estancias en el exterior mis padres habían acumulado muchos más objetos de los que cabían en los 117 metros cuadrados del departamento de la plaza Vicente López. Siempre habían querido mudarse, pero el momento nunca llegó, de modo que roperos y placares rebalsaban de seis décadas de matrimonio a los que se agregaba, luego lo descubrí, mi propia infancia.
Me tocó levantarlo, deshacer sus vidas y parte de la mía; la que fue y la que podría haber sido. El hecho de abrir cajones llenos de objetos que acaban de perder su razón de ser es una de las experiencias más radicales de la devastación ; peor cuando se es hija única. Los objetos que un muerto guardaba en un ropero, un botiquín, una biblioteca o una alacena acaparan, uno a uno, la perfecta representación de su vida cotidiana más íntima y más entrañable. Nos convierten en testigos únicos, tristemente privilegiados, dueños caritativos de la decisión de hacerlos desaparecer o donarlos, regalarlos, evitar a toda costa que se conviertan para otros en un incordio.
Durante meses me dediqué a desfragmentar capas geológicas de fotografías, telares a medio hacer, relojes pulsera y despertadores, juegos de porcelana sin usar, agendas, vajilla, ropa, costureros, abrecartas, mi primer cuaderno, mi primer diente de leche , mis primeros aritos, mis cartas de Alemania y demás intrascendencias. Los 6.500 libros de mi padre fueron a parar a la Universidad de Tucumán, armé 24 cajas con sus manuscritos y sus clases de historia de las religiones que ahora guarda una amiga piadosa, regalé los muebles y doné el resto. Me quedé con algunas cartas, algunas fotos dedicadas y un juego de porcelana belga . Algún día habrá que decidir qué hacer con ese resto. Intuyo que ese día no va a llegar muy pronto.
Lo llamativo de ese pasado, que ahora sobrevive en casa de primos, amigos, conocidos y personas que no conozco, no hacía que yo sintiera lo que se siente en el hecho de dar, sino más bien lo contrario, una secreta gratitud, un alivio recóndito : la felicidad de que los objetos permanezcan en la vida de otros.
Y aquí viene a cuento el relato de John Berger cuyo tema era, si se quiere, el adiós ya no a los muertos, sino a sus pertenencias, a las huellas domésticas de su paso por la vida. El narrador visita a un amigo a quien acaba de morírsele la mujer. Por toda la casa hay rastros de ella, el color del marco del espejo que pintó , la disposición de la cama del dormitorio, los rododendros en flor del pequeño jardín. El amigo ha donado todo lo que le pertenecía con mucho empeño, ocupándose de que, ya por necesidad o por cariño, cada elemento fuera recibido por alguien capaz de darle un uso específico. Sin embargo, no ha podido desprenderse de unos dibujos de plantas que la muerta realizó a lo largo de los años. No les veía el valor que podrían tener para un tercero. Entendiendo su desolación, el narrador le dice que los clasifique. Nada más que eso: que los clasifique.
Yo leí ese relato mientras deshacía el departamento de mis padres. Ahora no sé si mi interpretación da con el sentido que quiso darle Berger, pero en aquel momento comprendí que esa clasificación, que implicaba preparar los dibujos de la muerta para un destino eventual, era la manera más humilde de poner en orden la vida que se fue y la vida propia. Eso me ayudó a aceptar lo que con creces se resiste a ser aceptado: la finitud. La nuestra y la de los otros.

Gabriela Massuh es escritora argentina. Directora de la editorial Mardulce. Es autora de las novelas "La intemperie" (Interzona) y "La omisión" (Adriana Hidalgo)

Estos textos fueron publicados en la sección "Mundos íntimos" de Clarín, durante 2012. 

domingo, 17 de febrero de 2013

Velorios venezolanos : ¿ A quien hay que matar para que haya parranda?

Parece que en Venezuela, cada muerte es una fiesta. El veloria se hace  invitando a todo el barrio. Hay mucha comida y seguro te encuentras con amigos  conocidos, y colados que van a ver quien va  y que se come . Luego de saludar a los deudos la actividades son comer, charlar y ligar alguna chica linda . la adrenalina de la muerte - que nos recuerda  la deseperacion por  procrear antes de morior-  hizo que mas de uno se clave una  vecina ( osea  rodeado por ella) en  el galpón de los ataúdes. Y es mas que comun que una pareja comente  " Nos conocimos en el velorio de Fulano". Me lo contaron muertos de risa. En Venezuela, la muerte es joda .

Velorios en la web

Coming soon











Cartel  diseñado para los que creen en la reencarnación .





Le ganó al tardígrado!


Este es el único animal inmortal

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Una medusa que se extiende por todos los océanos de la Tierra es el único ser vivo que puede ser catalogado como inmortal. Rejuvenece y repite su ciclo vital indefinidamente.
Estamos ante una invasión en toda regla. Silenciosa, lenta, invisible, pero no por ello menos real. Y está sucediendo ahora, delante de nuestras propias narices y en todos los océanos del planeta.
El invasor es una pequeña medusa, un hidrozoo de apenas medio centímetro de longitud, pero con una característica que la hace única entre todas las criaturas del reino animal. De hecho, de una forma que la ciencia aún no ha logrado comprender, la medusa Turritopsis nutricula es inmortal.
A diferencia de las demás medusas (y del resto de los animales) Turritopsis nutrícula no muere tras alcanzar su estado adulto, sino que es capaz de «rejuvenecer», de regresar a su forma juvenil y repetir su ciclo vital hasta alcanzar una segunda madurez… y una tercera, y una cuarta, y así hasta un número de veces que es, según los científicos, potencialmente infinito.
Turritopsis nutricola es capaz de conseguir esta proeza porque ha descubierto la manera de modificar sus células una vez éstas se han diferenciado. Y de hacerlas retroceder a fases anteriores a su especialización. Se trata de un fenómeno llamado transdiferenciación que se puede ver, por ejemplo cuando un órgano dañado regenera sus tejidos. Sin embargo, para esta especie de hidromedusa el proceso es algo corriente en su ciclo vital.
En pruebas de laboratorio, el cien por cien de los ejemplares de T. nutricula analizados han madurado y vuelto a la juventud decenas de veces, sin perder en esos cambios ni una sola de sus características o capacidades. Los investigadores tuvieron que llegar a la conclusión de que la muerte orgánica es algo que en esta especie, sencillamente, no sucede.
Misterio sin resolver
La existencia de esta excepcional criatura se conoce desde hace más de una década. Desde los años noventa la especie ha sido sometida a análisis genéticos y biológicos de todo tipo para intentar arrancarle, sin éxito, el secreto de su inmortalidad. Es posible encontrar en internet detallados artículos sobre su biología y características, entre ellos el publicado en 1996 en «Biobull»
Pero la voz de alarma no fue dada hasta el pasado verano por la bióloga Maria Pia Miglietta, de la Pennsylvania State University, quien precisamente a causa de una serie de análisis genéticos realizados a decenas de ejemplares de la medusa se dio cuenta de que la especie, originaria de los mares del Caribe, se había extendido prácticamente por todos los ocáanos del mundo.
Lo que es capaz de hacer esta medusa, afirma la investigadora, «equivale a una mariposa que pudiera volver a convertirse en una oruga». En sus análisis, Miglietta comparó el ADN mitocondrial de ejemplares de Turritopsis recogidos en Florida y Panamá con otros procedentes de otros lugares del mundo y que habían sido recolectados durante investigaciones anteriores.
Y fue al hacer esta comparación cuando se encontró con la sorpresa de que determinadas secuencias genéticas se repetían en ejemplares obtenidos desde Panamá hasta Japón. En quince de ellos, procedentes de ambos países y de las costas epañolas e italianas, las secuencias eran idénticas. La existencia de este patrón implica una extraordinaria facilidad de movimiento. Y los investigadores creen que esa facilidad, igual que la de muchas especies marinas invasoras, procede de las bodegas y los tanques de lastre de los barcos que navegan por esas aguas. /abc.es

sábado, 16 de febrero de 2013

El tunel de Sueiro




"El fin. O quizás no" por Art Buchwald


Usualmente, la gente no  habla de la muerte. Aunque es gran parte de nuestras vidas. Mucha tente teme hablar de la muerte  como si  mencionarla   fuera un mal karma . Mucha gente no cree cuando  le digo que no creo en el cielo. Y no creo porque si  creo en el cielo deberia leer en el infierno. La ironía  de  nuestra cultura es que todo el mundo  te manda al infierno pero nunca al cielo. No niego que pueda haber un cielo. Si a la gente le hace  feliz creer eso, no se los voy a negar. Hasta conozco gente que dice que habla con muertos. Tampoco lo dudo ni se los niego. La belleza de la muerte es  que podes creer y decir lo que quieras de ella,  mientras no le  quieras imponer a otros que sabes algo que ellos no , porque en verdad no  sabes nada . Lo más importante de todo es que , te guste o no, todos  nos vamos de aqui . Pero eso tampoco me inquieta. La gran pregunta que tenemos que hacernos todos no es  adonde vamos, porque morirnos, que hay después de la muerte ...La gran pregunta , antes que nada , es : ¿ que estamos haciendo acá , y para que vinimos?  Saber por qué vivimos es mil veces más misterioso que averiguar por qué morimos.
Art Buchwald - Marzo  14 , 2006- Tribune Media Services- Pagina C02

viernes, 25 de enero de 2013

¿Que hace Facebook si te moris?

JUEVES 24 DE ENERO DEL 201307:10

¿Qué hacer con la cuenta de Facebook de una persona que fallece?

La red social dispone de un formulario para informar que se elimine la cuenta o se convierta en un memorial
¿Qué hacer con la cuenta de Facebook de una persona que fallece?
(Imagen: elcomercio.pe)
¿Qué ocurre cuando el titular de una cuenta en Facebook fallece? En principio, esta quedará igual siempre que los familiares de la persona no hayan hecho una solicitud a la red social.
Facebook tiene disponibles formularios en los que se puede pedir la baja de un perfil o que, en todo caso, este se convierta en un memorial o página conmemorativa.
¿QUÉ DATOS NECESITAS?
Facebook, que trata de evitar que cualquier persona malintencionadapueda solicitar la baja de un usuario, pide no solo los datos usuales de la cuenta, sino también las direcciones de correo que pudieran estar asociadas a esta e, incluso, una verificación de los datos a través de documentos como actas de defunción o actas de nacimiento y poderes notariales para confirmar que eres pariente del dueño de la cuenta y que este ha fallecido.
Al solicitar que una cuenta se convierta en una cuenta conmemorativa, la gente podrá dejar mensajes o enviar su pésame, pero la persona no podrá ser etiquetada

lunes, 17 de diciembre de 2012

Momificador famoso


Oscar Silvestre León: “Yo no soy un científico, esto es arte y yo soy un artista”

POR LUIS SARTORI

Unico. Desde chico vivió rodeado de animales. Corrió y se moviliza en bicicleta. Y sin querer descubrió la fórmula para convertirse en un “jíbaro” que llamó la atención hasta de la BBC.
Bonsai animal. Oscar mira la cabeza reducida de un potrillo de cinco meses, una de las nueve piezas que atesora en su austera casa de Lobos. /LEO VACA

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17/12/12
Esta entrevista tiene banda de sonido: afuera de la cocina un gallo prepotea su kikirikí y el canario, ahí nomás de la puerta, va y viene por el pentagrama musical (arriba de la tele tres relojes repiten tic tac tic tac , pero no son de carne y hueso). En el austero mundo de Oscar Silvestre León (67, también corredor de rural bike ) los animales son presencia, cariño, trabajo, pasión . Este hombre –que se define “solitario” y “autodidacta”– convive también con su perra Blanquita, dos gatos bebés que se adueñaron de la cama y un puñado de gallinas que ponen huevos verdes. Nació, se crió y vive en Lobos, a los fondos de un laboratorio de análisis clínicos, a metros del hospital y la estación, y en casa prestada. De hogar humilde, vendió diarios de los 7 a los 19, y armó un minizoológico (garzas, patos, flamencos, víboras...) ya a los 8. Tenía 14 cuando se le murió su mascota favorita, un tero, y lo quiso conservar “por cariño”: intentó momificarlo, un hobby que arrancó “a los 9, 10 años”, pero la sobredosis de ácidos hizo que el ave se fuera achicando y achicando. Acababa de descubrir de pura casualidad lo que lo convertiría en –como lo bautizó el periodista Enrique Sdrech a mediados de los 80– “El jíbaro de las Pampas” .
O sea que empezó con la momificación, no con la reducción.
Sí. Y siempre solo. Todo lo que hice fue por experiencia propia. Y lo hacía de una manera especial: no le sacaba ninguno de los órganos. Quedaba tal cual el animal.
¿Salía a cazarlos?
No, no, no. Nunca fui un depredador. Trabajo con animales muertos. Defiendo totalmente la naturaleza. Hasta he tenido problemas con cazadores furtivos, que los he denunciado. Hoy en día estoy tranquilo: no tengo ningún cargo de conciencia de salir a matar para hacer lo que hice. Todo lo contrario. La gente salía a cazar y me tiraban los animales en la puerta de mi casa. Ese fue el motivo por el que dejé de momificar. Un día dije esto no puede ser.
¿Pensó en momificar personas?
Estaba en el proyecto. Pero hoy, no.
¿Abandonó eso?
La momificación sí. Ya se cumplió un ciclo. Hoy sería más que costoso, y también mucho trabajo. Siempre digo que si hubiera agarrado a Eva Perón, estaría tal cual. Momificada, no el trabajo que se hizo.
¿Fue un mal trabajo?
No fue un mal trabajo, fue un trabajo muy artesanal: se usó mucho acrílico, parafina, cera. Calculá que Eva Perón pesaba 32 kilos cuando murió y salió pesando 70 y pico. Se utilizó solamente el esqueleto de Eva ... fue una escultura. El doctor (Pedro) Ara la reconstruyó totalmente. La nariz, por ejemplo, no era la de ella. Estaba en un estado de descomposición tremenda cuando la agarró. No había nada más por hacer.
Para momificar, ¿cuánto tiempo no tiene que pasar?
Según. Si la persona muere de un problema de corazón, por un infarto, automáticamente se descompone. Si muere de alguna enfermedad maligna en la que ha tomado mucho medicamento, eso la conserva mucho más. Tres, cuatro días.
¿Cuál es la diferencia entre taxidermia y momificación?
Taxidermia quiere decir piel armada, piel rellena. Supuestamente, Eva Perón fue hecha con taxidermia, pero nada que ver porque se usaron otros elementos. Ni fue la piel de ella. Sí el pelo y las uñas.
¿Y qué es momificar?
Es conservar el cuerpo con todos sus órganos.
¿Parecido o diferente a lo que hacían los egipcios?
Lo mío era totalmente ajeno a lo que ellos hacían. Te digo más: hasta mi reducción de cabezas no tiene nada que ver con la que hacen los jíbaros. Lo mío es algo muy especial. Está dentro del secreto.
¿Lo va a revelar?
No. Yo lo que dejo es un testamento, que mi trabajo vaya a parar a las manos de un amigo, que es Emilio. Yo le dejo todo a él.
¿La fórmula no la va a transferir?
No. Creo que un hijo no se vende ni se compra.
¿Lo que hace es como un hijo?
El hijo que no tuve. Sé quién soy, sé lo que hice, pero nunca me la creí. De vender diarios llegué a la BBC de Londres. Y sigo con el perfil bajo, tranquilo... la tengo bastante clara. Sé que pasé por esta vida y dejé algo. Unico. De 1970 a la fecha estoy saliendo en los medios, hace 43 años. Y no es por mi cara bonita que vinieron hasta acá la BBC, Televisa, Univisión... (Hizo exposiciones en la Rural de Palermo; en el cine Premier; en la Casa de la Provincia; hasta en Niceto, por sus 50 años en el “oficio”).
¿Cómo le fue en Niceto? 
Ahí los pibes y las chicas me abrazaban y se sacaban fotos conmigo. Me verían como una persona exótica. Me relaciono mucho con el rock. Con pibes que andan con bandas. Me ven como un rockero más, como un hippie (se ríe con ganas).
¿Y le encargan trabajos?
No. Te digo que esto es caro. Dos mil dólares la cabeza de un gato. De ahí para arriba.
¿Cuál es el animal más grande al que le redujo la cabeza?
Ahí están. El potrillo y el antílope.
¿Cuánto tiempo le llevaron?
Seis meses cada cabeza. Es muy lento el trabajo. Muy delicado. Trabajo de noche, en silencio, tranquilo. Un ratito todas las noches. Lo primero que trabajo es la descomposición: empiezo a suturar la boca y los ojos para que no se deformen. Después la voy controlando, para que no se me deforme. Todos los días se va reduciendo simétricamente sin perder la forma. Y las orejas se las dejo natural. No se las toco, para que se note la diferencia.
¿Vive de esto?
No, yo vivo de una pequeña jubilación. Tengo la vida muy ordenada, muy disciplinada. La momificación sí me permitía vivir, no juntar plata. Es que nunca lo hice con ese objetivo. El objetivo era el arte. Esto es un arte. Yo no soy un científico, yo soy un artista. Esto es mi creación. Por eso te digo que soy muy celoso de lo mío. Más, que ha trascendido tanto mundialmente. Y va a seguir. El fin será mi vida. Y van a decir algún día “nació en Lobos una persona que era única en el mundo”.
¿Qué le gustaría que hicieran con sus trabajos?
Que fueran a parar a algún museo muy importante. Pero no de la Argentina. De Europa.
Hombre de campo, dice haber sido amigo de Larralde, Alberto Merlo y Argentino Luna, y se declara “muy libre, muy individual, un solitario”. Y agrega: “Amo la naturaleza, la soledad, el silencio. Hay gente que al silencio le tiene miedo –desafía– porque tiene que pensar. Yo pienso. Me gusta mucho la filosofía. Yo me siento ahí (el patio) a la tardecita, y pienso.
¿Lee filosofía?
Algunos libros he leído. Pero no me gusta hacer lo que está hecho. Me gusta investigar. Tengo un alma investigadora.
¿Reduciría cabezas de personas?
No, no, no. Yo soy muy creyente. Algo me dice en esto no te metas.

martes, 23 de octubre de 2012


El neurocirujano que viajó al Más Allá

Dr Alexander (Life beyond death)Dr Alexander (Life beyond death)
"El cielo es real", títuló días atrás la revistaNewsweek. Era un reportaje al doctor Eben Alexander, profesor en Harvard, quien aseguró haber estado una semana en coma profundo y recordar, al despertarse, una experiencia cercana a la muerte.
Su relato confirmó las ilusiones que Occidente se hace acerca del sitio a donde van las almas cuando desencarnan, un lugar angelical, colmado de mariposas y sonidos celestiales. En noviembre de 2008, Alexander había sufrido un cuadro de meningitis bacteriana fulminante, tras lo cual su cerebro "se apagó". La situación era delicada. Los médicos casi no tenían palabras de aliento para su familia. Siete días después salió del coma. Poco a poco —no inmediatamente- fue reconstruyendo sus "recuerdos de la muerte".
El número de NewsweekEl número de Newsweek
El médico dice que antes de su vivencia rechazaba la realidad de las llamadas Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM)"Mi aventura comenzó en un lugar más alto que las nubes, inconmensurablemente superior. Había criaturas. ¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras han sido escritas más tarde, cuando estaba pasando a limpio mis impresiones. Pero ninguna palabra hace justicia a los seres que vi, que sencillamente eran formas superiores, diferente a todo lo que he conocido en este planeta"Jura que estas "criaturas" emitían fuertes sonidos, "como un canto glorioso", dice Alexander, "como expresiones de alegría", razonó más tarde. El sonido "era palpable y casi material, como una lluvia que puedes sentir en tu piel, pero no te moja". También había una mujer, que le dio tres mensajes: "Sois amados y apreciados, queridos, para siempre", "No tienes nada que temer" y "No hay nada que puedas hacer mal".
Lo que vivió fue la prueba de que el cielo existe, dijo. Tomó apuntes de sus sensaciones y ahora va a publicar un libro, "Proof of Heaven: A Neurosurgeon's Journey into the Afterlife" ("Prueba del Cielo: Viaje de un Neurocirujano al Más Allá"), que saldrá en los EE.UU. el 23 de octubre.
El relato del doctor Alexander "es el más el más asombroso que he escuchado en más de cuatro décadas de estudiar este fenómeno, es una de las joyas de la corona de todas las experiencias cercanas a la muerte", bendice desde la solapa el pionero de este campo, el doctor Raymond Moody.
Aclarémoslo ya mismo: estas vivencias no son "más reales" por el hecho de que las experimenten médicos de Harvard. Pero el prestigio de este neurocirujano, que enseñó durante 15 años en el Hospital Brigham & Women de la Escuela de Medicina de Harvard en Boston, Massachusetts, EE.UU., refrescará las góndolas tras largo tiempo sin novedades en este rubro. Y, sin duda, será best-seller. "Diga que la muerte no existe y conseguirá que la multitud aplauda agradecida la buena noticia", escribió Isaac Asimov.
El relato del doctor Alexander obtiene una pátina excitante por su especialización en cirugía cerebral, su interés en temas de la consciencia y las vívidas imágenes que asegura haber recuperado de su memoria. Él es cristiano, una creencia que no sólo tiñe su interpretación de la experiencia sino la percepción y credibilidad de los otros. Pero fue su conversión a una creencia que no es validada por la ciencia (para la cual la consciencia no es una cosa aparte del cerebro) la que lo ha llevado a escribir este libro, ya que, explica él mismo, "experimenté algo tan profundo que me dio una razón científica para creer en la conciencia después de la muerte".
La triple condición de Alexander (creyente, científico y protagonista de una ECM) parece justificar un retorno a los tópicos que plantean estas experiencias: si existe vida después de la muerte, cómo nos prepara el cerebro para ese momento y cuánto hay de cierto y cuánto de fantasía en lo que cuentan estas personas. Un debate que mantuvo vivo por largo tiempo entre los argentinos el escritorVíctor Sueiro (1943-2007), autor de varios best-sellers dedicados a promover la existencia del Más Allá (ver dossier sobre el caso en Dios!).
Algunas contenidos adelantados por la reciente edición norteamericana de la revista Newsweek y lapágina web permiten inferir que el libro regresa sobre las constantes reunidas por Moody en 1975 para este tipo de experiencias, a saber:
- sonidos audibles tales como un zumbido
- una sensación de paz y sin dolor
- tener una experiencia extracorporal (sensación de salir fuera del cuerpo)
- sensación de viajar por un túnel
- sentimiento de ascensión al Cielo
- ver gente, a menudo parientes ya fallecidos
- encontrarse con un ser luminoso
- ver una revisión de su vida
- sensación de aversión con la idea de volver a la vida.
Una vez que el viajero se reclina sobre la camilla, asegura que su visión de la realidad y sobre el universo han cambiado radicalmente: él está listo para asumir "una vida más espiritual", un concepto que muta en arreglo al contexto cultural del experimentador. De igual modo, los seres, las notas musicales y otros aspectos de la experiencia varían conforme la religión que profesa cada protagonista, sumada la tendencia a rechazar la comparación de la experiencia con un "sueño lúcido", ya que los recuerdos no son numinosos, sino extraordiariamente vívidos.
"Estuve Muerto" (conducido por Pedro Erquicia, en Documentos TV) es uno de los escasos buenos documentales sobre el tema disponibles en la red. (Duración: 50')
Ascent of the Blessed 1490 Ascent of the Blessed 1490
Estas constantes han permitido elaborar diferentes explicaciones plausibles para las ECM. Y basadas en la evidencia científica, esto es, que prescinden de cualquier hipótesis sobrenatural. La doctora Susan Blackmorellamó la atención hacia el hecho de que ver luces brillantes parpadeantes o experimentar la visión del túnel y otras alucinaciones visuales geométricas, no sólo son cosas que pasan en experiencias cercanas a la muerte, sino en episodios de epilepsia, migraña, al quedarse dormido, al meditar, al relajarse, presionando ambos globos oculares o al tomar alucinógenos como el LSD, el cannabis, la psilocibina o la mescalina.
En 1930 Heinrich Klüver, profesor de la Universidad de Chicago, notó cuatro formas constantes en las alucinaciones: túnel, espiral, telaraña y trama o red cristalina. Klüver advirtió que su origen quizá era la estructura de la corteza visual, el área del cerebro que procesa esta información. Blackmore, inspirada por trabajos realizados por Jack Cowan, neurobiólogo de la Universidad de Chicago, explicó la visión del túnel porun efecto de desinhibición de la actividad del cerebro: este exceso de actividad genera que las fajas de neuronas activas en la corteza aparezcan como anillos concéntricos, túneles o espirales en el campo visual.
Neural Computation 2002Neural Computation 2002
Para poner a prueba estas ideas, Blackmore diseñó un programa informático que simulaba el funcionamiento del cerebro en una situación de desinhibición e intentó ver qué ocurría si un ruido eléctrico aplicado en la corteza cerebral comenzaba a crecer gradualmente. "El programa —escribe Blackmore— comienza con puntos de luz finamente diseminados, con más puntos en el medio y muy pocos en los bordes. El número de puntos aumenta de a poco, imitando el ruido creciente. El centro comienza a verse como una burbuja blanca y los bordes externos incorporan más y más puntos. Y así se expande, hasta que, por fin, la pantalla se llena de luz. La apariencia es exactamente como la de un túnel oscuro con pequeños puntos de luz, con una luz blanca al final. Luego la luz se hace mayor (o más próxima) hasta cubrir toda la pantalla".
Susan BlackmoreSusan Blackmore
De acuerdo con Blackmore, las ECM serían una ilusión perceptiva debida a la excitación al azar de grupos de neuronas de la corteza cerebral. Así, el protagonista vivirá la ilusión de volar a través de un túnel oscuro, hacia una salida iluminada. Las creencias religiosas o las influencias culturales del sujeto determinarían la interpretación de la experiencia, incluido el sentimiento de unidad con lo sagrado, ligado a los replanteos vitales que suceden a esa realista sensación de haber estado a punto de morir, y volver para contarlo.
Las experiencias extracorpóreas (EEC, o "viajes astrales") están relacionadas con el reemplazo del ambiente real por imágenes almacenadas en la memoria. "Los modelos de memoria —afirma la psicóloga inglesa— generalmente se construyen desde una perspectiva aérea. La vivencia parece real porque es el mejor modelo que el sistema dispone en ese momento".
En el año 2007, The New England Journal of Medicine publicó el estudio de un caso donde un grupo de científicos —con la intención de tratar un caso de tinnitus— aplicó unos electrodos a un paciente, a quien estimularon la región del cerebro relacionada con el giro angular derecho. El experimento le generó la sensación de que se hallaba a 50 centímetros por detrás de su cuerpo. Otros autores dicen que las "vistas aéreas" propia de las EEC están relacionadas con la percepción que tenemos de nosotros mismos, la orientación y el equilibrio vestibular. También explican que puede causar el mismo efecto una estimulación generada por el flujo sanguíneo cuando grandes arterias convergen cerca del giro angular dentro del cerebro. "Si algo comprime esta área, nuestras sensaciones corporales pueden llegar a desorientarse. Podemos llegar a sentir que nuestro cuerpo está flotando sobre la mesa de operaciones o la escena de un accidente de tráfico", escribe Sandra Blakeslee en su libro "El mandala del cuerpo" (2009).
En un experimento de 2004, realizado por doctora Willoughby B. Britton y Richard R. Bootzin, de la Universidad de Arizona, tomó a 23 personas que afirmaron vivir una ECM y un grupo de control, integrado por personas que nunca tuvieron un estrés post-traumático. Mientras los sujetos dormían, los científicos escanearon sus cerebros y notaron que los patrones de sueño de cada grupo eran muy diferentes: el 20% de los que informaron haber visto la "luz al final del túnel" mostraban el mismo patrón en el lóbulo temporal que los enfermos de epilepsia y mayor actividad en la zona asociada con las vivencias místicas y religiosas.
¿Por qué es significativo que la actividad en el lóbulo temporal tenga que ver con las alucinaciones generadas durante las experiencias cercanas a la muerte? Porque quienes tuvieron estas experiencias —sugiere la investigación— serían personas fisiológicamente diferentes de la población general. Y también es significativo porque, según parece, el lóbulo temporal queda más cerca que el Cielo.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4
@AleAgostinelli