martes, 20 de enero de 2009
Marcello Mastroianni,los cigarrillos, la vejez y la vida
" He fumado unos cincuenta ciogarrillos por año durante cincuenta años, hacen un total de un millón de cigarrillos. Una cantidad de humo como para oscurecer el cielo de Roma . Aun a sabiendas que es perjudicial, no paras . ¿ Servirá para llenar vacíos? . Que cada uno viva y muera como le plazca . Sí, es perjudicial , ¿ y qué? "
“ ¡ Ah, la vida del actor! Vivir en una fortaleza inaccesible mientras afuera se matan , lanzan bombas y violan es un gran privilegio , especialmente en el mudnod e hoy. Dentro de esas cuatro paredes nosotros seguimos contando fabulas , unas veces sentimentales, incluso, trágicas , pero en cualquier caso, historias inventadas . Pensad qué sensación de protección : se está como dentro de un huevo” .
textos de Marcello Mastroianni ,” Si, ya me recuerdo “ memorias “ Mi ricordo , sì , io mi ricordo. “De viva Voz , Ediciones B Grupo Zeta , , Barcelona, 1998
LA SENSATEZ DE DON QUIJOTE
¡Cuánto se habla de la sensatez de los viejos!
Observad a un viejo que se dispone a cruzar una calle: primero mira a la derecha, luego a la izquierda... Pero eso no es sensatez; es prudencia, temor; es miedo. Porque, si tuviera veinte años, en dos zancadas se plan¬taría en el otro lado de la calle.
Aunque quizá paradójicamente, al menos en mi caso, la extraña sensatez de la vejez está en decir siempre que sí a la vida. Hasta en sus momentos más difíciles, cuando se presentan los problemas más duros.
Es verdad, llega un momento en que es preciso irse, eso lo sabe todo el mundo; pero ¿de qué sirven las ver¬dades inútiles?
Yo creo que todos somos un poco como Don Qui¬jote: ciertas ilusiones son más poderosas que la realidad. Bien, ¿no ocurre lo mismo en el cine?
SUBIDAS Y BAJADAS
He hecho varias películas malas, en especial al co¬mienzo de mi carrera (y también después). De aproxi¬madamente ciento setenta, unas veinte han sido verda¬deramente malas.
La razón es que en el cine, uno tiene que dejarse ver; no puede elegir las películas que quisiera hacer. A veces uno acepta a sabiendas ya, por el guión, de que no será una buena película, pero siempre confía en la suerte: «¿Has visto alguna vez que pase algo, que la película acabe siendo buena?»
O quizá porque tiene necesidad de dinero, porque está retrasado en el pago de los impuestos. O bien, si se siente un gran divo, porque quiere un coche fuera de serie, el status symbol del actor llegado a la cumbre (en otros tiempos era así, hoy menos). Luego, a medida que aumenta el éxito, hay que tener una villa, y una piscina, y luego incluso un yate. Yo todo esto lo he hecho, es la pura verdad: sí, porque estos objetivos representan la conquista del éxito, y también del bienestar, todo sea dicho.
Entonces, ¿por qué lamentarse de las películas ma¬las? Nadie te ha obligado a hacerlas. Por otro lado, en fin de cuentas, te has deslomado. Porque el actor está hecho también de oficio: la capacidad de ir hasta esa se¬ñal sin mirar al suelo, la capacidad de moverse sin apo¬yarse en el equipo que te rodea y sin miedo a la cámara, ese ojo implacable que te fotografía también por dentro. Las películas malas o equivocadas también sirven para esto. Y, seamos sinceros, sirven para permitirte vivir.
Yo he hecho varias. Recuerdo las primeras pelícu¬las... No es que me sonroje, bien pensado; de hecho, me producen mucha ternura; pero entonces me avergonza¬ba un poco. Recuerdo una, Tragico ritorno, donde aca¬baba en la Legión Extranjera (¡imaginaos!) acusado de un homicidio que no había cometido, naturalmente. Después también cometí errores, en ocasiones a sabien¬das de que estaba cometiéndolos.
Pero, después de todo, ¿acaso es posible hacer siempre películas buenas? Si sólo hubiese hecho películas buenas tendría miedo de mí mismo. Eso es un privilegio de los santos; los santos, los héroes, no se han equivocado jamás. (Aparte de que a mí los santos y los héroes me resultan antipáticos.) Debe ser un gráfico así, de subidas y bajadas. Si te equivocas en una película y en la siguien¬te aciertas, sientes una especie de ebriedad. Pero si todas las que haces son buenas, al final estás siempre en el mismo plano, y eso es menos divertido. Aunque parezca paradójico lo que digo, es verdad.
UN HOMBRE AFORTUNADO
Mirad, estamos navegando por el río Duero [Dou¬ro], o sea, «de oro», es fácil deducirlo. Y ésta es la de¬sembocadura: ¡estamos llegando al océano Atlántico!
Ante la inmensidad de este océano, casi entran ga¬nas de hacer reflexiones que pretendan ser profundas.
Yo creo en la naturaleza, en los amores, en los afec¬tos, en las amistades; en este paisaje maravilloso; en mi trabajo, en mis compañeros. A mí me gusta la gente. Amo la vida, y tal vez por eso la vida me ama a mí.
Sí, me considero un hombre afortunado. Con los altibajos que todo el mundo tiene, pero afortunado.
23 DE SEPTIEMBRE DE 1996
Hoy es mi cumpleaños. Cumplo setenta y dos. Bien, es una bonita edad. Cuando tenía veinte, si imaginaba a un hombre de setenta y dos años, lo veía como un viejo chocho. Pero yo no me siento tan viejo, quizá porque tengo la gran suerte de trabajar sin parar. Creo que he llegado a superar las ciento setenta películas: un buen récord. Por consiguiente, mi vida está colmada. Puedo sentirme satisfecho. Insisto: soy afortunado.
Y me alegro de que este cumpleaños coincida con esta película, en medio de estas montañas, inaccesible, es decir, alejado de todas las cosas oficiales, las felicitacio¬nes, el artículo laudatorio... Sin querer parecer ni huraño ni esnob, he de admitir que determinadas manifestacio¬nes, incluso de simpatía, de amistad, de entusiasmo..., bueno, me cansan un poco, me aburren un poco. A veces soy como los perros: prefiero meterme debajo de un mueble, me siento más protegido.
Y eso que no tengo mal carácter. Aunque tal vez en algunos aspectos sí. Pero en general soy muy paciente y adaptable. No «bueno», como muchos dicen: «¡Oh, es muy bueno!» Y otro replica: «¿Bueno? Pero ¿qué di¬ces? ¡Ése es un hijo de puta!» Vea saber dónde está la verdad.
EL PUEBLO MÁS CERCANO
Hay un hermoso relato de Kafka titulado El pueblo más cercano:
«Mi abuelo solía decir: "La vida es asombrosamente corta. Ahora, al recordarla, me aparece tan condensada que, por ejemplo, casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más cercano, sin temer que incluso el espacio de tiempo en el que transcurre felizmente la vida no sea suficiente ni para emprender semejante viaje."»
Cuando yo era joven me parecía que la vida era larguí¬sima, eterna. Ahora en cambio, cuando miro hacia atrás, a veces digo: «Pero, esa película, ¿cuándo la hicimos? ¿Ha¬ce cinco años?» «¿Cinco años? ¡Qué va! ¡Hace quince!» «¿Hace quince años?»
De joven, cuando montas a caballo para hacer ese viaje, piensas que no tendrá fin, que será larguísimo. Y luego en cambio, llegado a cierta edad, te das cuenta de que «el pueblo más cercano» no estaba muy lejos, que realmente ha sido un viaje corto, i cortísimo!
La vida: sí, a cierta edad nos damos cuenta de que ha pasado como una exhalación.
Y el pueblo está ahí, muy cerca.
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